11/11/09

El embrujo de las charrúas: turismo de aventura y leyendas en la Gruta de la Salamanca




Saliendo desde Punta del Este, se toma por la ruta 13, cruzando el Valle del Aiguá, se encuentra a la altura del Km. 188 la entrada al parque natural, antesala de las famosas Grutas de la Salamanca con su entorno cargado de misterio.

En el lugar existe un pequeño Parador. Siguiendo un sendero arbolado, acompañado por el canto de los pájaros y de la vasta fauna y flora autóctonas, verdadera reserva ecológica, descubrirá algo espectacular: las Cavernas o Grutas de la Salamanca. A través de sus grietas, se filtra límpida y transparente el agua formando un arco iris al ser iluminado por el sol. La mayor parte de las grutas abarca un área superior a los mil metros cuadrados y está asociada a la legendaria trayectoria de un bandido llamado Lemos.

Una angosta senda, poblada de helechos y arbustos silvestres, lo conducirá a la cima, desde donde se divisa la inmensidad del valle, rodeada por la cadena de cerros que conforman un singular paisaje. Se aproxima el nuevo Festival, y una especial ocasión para visitar la Gruta de La Salamanca e intentar averiguar, que tan cierta es la existencia del Matrero Lemos y de la Leyenda de la embrujada cueva.
No es raro que en las tertulias fogoneros, nocturnas de caña se recuerden las andanzas de este polémico personaje que inspira sentimientos encontrados.

Según cuenta la tradición, el matrero habría dedicado parte de su vida al saqueo de estancias, cobrando vidas y sembrando miedo entre los vecinos del lugar. Se dice que el producto de sus fechorías - monedas de oro entre otras cosas - eran enterradas por él en las laderas del cerro.
El intrincado paisaje de las grutas que le permitían dominar el valle sin ser visto, contribuyó a que fuera apresado.

Al fondo de la cueva principal - llamada "El Salón" - sobre la derecha, se abre en la roca viva, la boca oscura del refugio del célebre bandolero; estrecha guarida de unos 5 metros de profundidad y 1.50 aproximadamente de altura, con paredes socavadas por pequeños nichos naturales, morada de numerosas colonia de murciélagos.

Según la creencia popular, en el último enfrentamiento del matrero Lemos con la autoridad, éste habría quedado herido, desconociéndose que final tuvo su vida. Muchos sí creen que aún descansa intacto, protegido por la vegetación enmarañada de Salamanca, el tesoro de Lemos.

Informa la Junta Local de Aigua, que un inquieto grupo de jóvenes aigüenses, queriendo saber la verdad sobre la presunta existencia de este histórico personaje, comenzó a entrevistar a personas que hubieran vivido por aquella época (1895 - 1915).
Es así que se encuentran con un anciano de 86 años - actualmente fallecido - de quien transcribimos algunas de sus manifestaciones:
"Lo conocí más o menos por el '14 ... Ah si ... don Lemos era un hombre que lo respetaba todo el mundo ... Lemos si cuadraba mataba sí, como no, ah sí, era lo bueno de él, pero no era hombre pendenciero.
Era un hombre alto, menudito, calvo, de poquito bigote... Cuando yo lo conocí era mozo, ya mocito formado, ya más bien un hombre, entrando a 30 años, si tenía alguno más.
Era un hombre que pasaba muy mala vida... Yo no sé que pasó en la guerra que Lemos se hizo homicida, se hizo matrero homicida... Pero Lemos no era un hombre malo porque yo le oí a mi padre muchas veces de darle carne o de dejarle carne a Lemos, y dejarle los vicios y dejarle todo..."

Las pesquisas continúan, mientras en Salamanca y alrededores el matrero Lemos y sus andanzas continúan siendo el tema preferido entre generaciones.
La Leyenda de la Salamanca.
La última resistencia de una cultura amenazada se practica con el arma de la memoria. La memoria convoca poderosas fuerzas invisibles.
A fines del siglo XIX las familias charrúas supervivientes se acriollaron en oficios característicos: carpincheros, monteadores, carboneros... o buscaron "conchabo" en las estancias: los hombres como troperos o domadores, las mujeres como cocineras o lavanderas. Aunque hubo también mujeres esquiladoras, pialadoras, troperas y matreras de revólver y facón a la cintura.

Por entonces en una gruta del Cerro Arequita se refugiaron tres mujeres charrúas muy ancianas. Allí practicaron sus ceremonias rituales o "salamancas". Muy frecuentemente llegaba gente de notorio aspecto aindiado a visitarlas.
El término "salamanca" es una castellanización del antiguo vocablo pampa slamanac, que significa "ritual oculto".

Un día, en pleno siglo XX, las tres ancianas charrúas prepararon todo para desaparecer. Taparon las entradas de los antiguos sagrarios, dejaron a los murciélagos vampiros como centinelas, y por pasillos subterráneos se fueron a otra cueva o vaya a saber dónde, porque no se las vio nunca más.
Sólo la antigua y misteriosa gotera interior, tenue hilo de memoria, queda por testigo de aquellos tiempos de salamancas.
Y el majestuoso cerro, hasta por su nombre originario, se hace guardián de ese legado.
Pero se cuenta más aún. Dicen que la Luna llena apareció roja y lúgubre. Los perros de la estancia ladraban como presagiando una muerte.
Una lechuza chistó para llamar la atención de los grillos y la crucera se enroscó en el centro mismo del círculo que en el cielo de la tarde habían trazado los caranchos.
En la estancia, el capataz deliraba por una fiebre misteriosa y repentina. Una hora antes se había jactado de los golpes que le había propinado a un muchachito aindiado del rancherío contiguo, un adolescente que había sido sorprendido robando una oveja. Ahora el capataz parecía - inexplicablemente- al borde de la muerte.

Desde la estancia se divisaba el inconfundible contorno del cerro, pero no se oían los lamentos y susurros que aquella noche poblaban el monte de ombúes de su ladera. Menos aún se podía advertir desde allí la pálida lumbre, reflejo de un fogón interior, que salía por la grieta que anuncia la entrada a la cueva.
La cueva, una gruta inmensa y oscura, siempre está custodiada por los murciélagos vampiros.
Adentro de la gruta tres ancianas charrúas se repartían el trabajo: una curaba al muchachito brutalmente castigado por el capataz, con rezos y emplastos vegetales; las otras dos armaban un muñeco de trapo y lo elevaban con sus brazos hacia el techo, hacia donde está la eterna gotera del agua.
Al levantar el muñeco algo pasó fuera de la gruta. Un relámpago bajó por las nubes negruzcas que ocultaban la roja Luna; se iluminaron espectralmente los corrales de piedra más antiguos, que son indios de origen. Los largos muros de piedra prolongaron el relámpago en toda su blanquecina extensión, hacia los lejanos túmulos cónicos
En la estancia la mujer y los peones rodeaban el catre donde yacía el capataz. La pequeña ventana se abrió bruscamente y todos fueron inundados por la espectral luz del relámpago. El cuerpo del enfermo se estremeció y de su garganta salió un gemido casi animal.

En la gruta una de las ancianas amarró con un maneador las piernas del muñeco.
En la estancia el capataz se agitaba en convulsiones, golpeaba el aire con sus piernas, pero ya no lograba separar una de otra.
En la gruta, la segunda anciana vendó los ojos del muñeco.
En la estancia, el capataz abrió desmesuradamente los ojos y gritó que ya no veía, que estaba ciego.
En la gruta, la tercera anciana levantó una astilla del árbol de la aruera, apuntó hacia el muñeco y antes de atravesarlo con ella interrogó con los ojos al muchacho herido. Este dijo que no con la cabeza, y entonces la anciana que tenía la astilla con la punta a pocos milímetros del vientre del muñeco, la separó y la quemó con el fuego de la antorcha, dejando caer al muñeco con desprecio.
En la estancia el capataz cayó de la cama y se puso a llorar como un niño.
La mujer del capataz, que rezaba a una imagen de San Jorge, tuvo entonces una visión: vio la serena cabecita del muchacho herido adentro de la gruta, negando con resolución, y le dio las gracias en silencio.

En la gruta las ancianas juntaron las hojas de ruda, el ojo de sapo, el ala de carancho, los huevos de culebra mora, las arañas y las hierbas que crecen entre las tumbas de las ánimas más atormentadas, allá por el panteón abandonado. Guardaron todo cuidadosamente, porque el arma de la memoria, que es sobre todo amor, a veces también necesita garras protectoras. (de Leyendas, mitos y tradiciones de la Banda Oriental, de Gonzalo Abella)

Fuente: Portal del Uruguay

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